El arte, ese intento ingenuo de expresar físicamente una variedad intraficable de sentimientos y emociones que abordan nuestra mente siempre de manera impredecible. Por concepción el arte es infinito, es indescriptible e invaluable no existen métodos cuantitativos o cualitativos que sean capaces de medirlo, porque el arte es inmedible, nadie tendrá nunca autoridad suficiente para valorar su propio arte, mucho menos el ajeno.
Los videojuegos tienen otra historia, nacidos de pura experimentación informática, posteriormente convertidos en productos de mercado cuando se comenzó a percibir el potencial que estos podrían tener, siempre con una conexión especial con el mundo del cine. Lo que ha acontecido desde ese momento hasta nuestros días es sabido por todos. La (ahora) industria del videojuego factura ingresos anuales más altos que su eterna mentora cinematográfica, poseen gran influencia en muchos aspectos de la cultura popular y tienen una fuerte presencia en la mayoría de los países a nivel mundial. Pero su gran éxito, crecimiento y expansión acelerada poco importa para su concepción artística.
Es arte si es capaz de producir sentimientos o emociones en sus espectadores/usuarios, y los videojuegos cumplen con creces esa condicional. No voy a debatir aquí si deben ser considerados o no dentro de las llamadas bellas artes, lo serán, es cuestión de tiempo. Solo que aun hay factores que juegan en su contra pero confío en que serán superados: su propia juventud, es una industria joven que se encuentra en proceso de maduración, aun tímida en abordar temas más profundos y complejos, su propia concepción, la palabra “videojuego” como decía el maestro Kojima debe abolirse, su uso es inadecuado porque alude a algo que antes era pero ya no es, comenzaron como simples juegos sí, pero ahora son experiencias capaces de tocar las fibras sensibles de cualquiera.
Que no hay arte si es interactivo dicen algunos, que no puede ser artístico si se gana o se pierde dicen otros. Para la era tecnológica actual esos argumentos resultan cuanto menos inverosímiles, la interacción forma parte de nuestra humanidad de manera intrínseca, es un elemento fundamental del proceso de la comunicación, el solo hecho de observar una pintura implica que estamos interactuando con ella, la interacción a través de la plataforma tecnológica actual ha llegado a niveles insospechados, ¿Por qué conformarse con observar una película? Si podemos ser capaces de intervenir en la sucesión de los acontecimientos.
Y si, las experiencias interactivas (mal llamadas videojuegos) tradicionalmente han basado su metodología de desarrollo en la clásica partición: victoria/derrota, en la cual un fracaso solo supone el infinito reintento de la situación problema hasta conseguir el ineludible éxito necesario para divisar los créditos finales, pero esta tendencia comienza a demostrar signos de desgaste. Muchos diseñadores están comenzando a plantear metodologías diferentes para el avance, se habla de un desarrollo continuo en el cual el usuario debe cargar con las consecuencias de sus decisiones y enfrentar las repercusiones que puedan surgir de estas, propuestas como Heavy Rain, L.A. Noire o el próximo Beyond: Two Souls son claros ejemplos de incursiones en este nuevo planteamiento, donde se apuesta por un fuerte componente narrativo (tal cual arte cinematográfico) que permita variedad de situaciones y de experiencias, pero cierto es que esta iniciativa es aún muy joven.
La naturaleza del arte es indomable e indescifrable, que nadie ose decirles como o que deben entender por arte, si lo sienten en esa entidad incorpórea, abstracta y efímera que integra este cascaron biológico al que llamamos cuerpo, pueden estar seguros que se trata de una maravilla artística y experiencias como: The Journey, Metal Gear Solid, The Legend of Zelda, Professor Layton, Ace Attorney, Silent Hill, Last Window: The Secret of Cape West, Castlevania, Kingdom Hearts, Prince of Persia, entre muchas otras, son buena prueba de ello.
Sayl G.